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sábado, 27 de diciembre de 2008

EL NACIMIENTO DE CRISTO Y SU RELACIÓN CON DIOSES SOLARES


El amplio bosquejo de la historia del "dios" Sol, es muy claro: su accidentada vida se comprende en los primeros seis meses del año solar; los seis restantes se dedican a la protección y conservación general. Nace siempre en el Solsticio de Invierno, después del día más corto del año, a la medianoche del 24 de Diciembre, cuando el signo de Virgo se eleva sobre el horizonte; ante tal coyuntura, nace siempre de una virgen, la cual, después de haber dado a luz a su Hijo Sol, como el signo celeste de Virgo, sigue inmutable e inmaculado como cuando el Sol surge de él en el cielo. El dios nacido al amanecer del 25 de Diciembre, es “crucificado” siempre en el Equinoccio de Primavera, y siempre entrega su vida para alimento de sus adoradores. Por ello "vuelve a nacer" victorioso en marzo (al tercer mes del siguiente ciclo anual). Estos son los distintivos más sobresalientes del dios Sol.
Lo fijo de la fecha del nacimiento y lo variable de la muerte tienen significaciones muy grandes, sobre todo cuando observamos que la primera es la de una posición fija del Sol, y la segunda la de una posición variable del mismo. "La Pascua de Resurrección" es movible, y se calcula por las posiciones relativas del Sol y de la Luna: cosa impropia para fijar el aniversario de un acontecimiento histórico, pero muy natural e inevitable cuando se trata de calcular una festividad del Sol. Fechas variables que no indican la historia de un hombre, sino que indubitablemente apuntan al Héroe de un mito solar. He aquí, por tanto, lo referente a los dioses Solares.
En efecto, estos sucesos están reproducidos en las vidas de los diversos dioses Solares, de cuyas imágenes hay ejemplos abundantes en la Antigüedad, a saber:
La Isis de Egipto, como ahora María de Belén, era considerada nuestra Señora Inmaculada, Estrella del Mar, Reina del Cielo, Madre de Dios (recordemos la letania del Santo Rosario)... Ella igualmente se representaba "de pie sobre la media luna, y coronada de estrellas", dando de mamar a su hijo Horus, y con la cruz (egipcia) detrás del niño sentado en la falda de su madre. El signo de Virgo del Zodíaco, que se encuentra representado en antiguos dibujos por una mujer amamantando un niño... éste es el tipo de todas las futuras Madonas con sus divinos hijos, el cual muestra el origen del símbolo: la Madre de Dios o divina Madre siempre virgen.
Así se ve también la figura de Devaki con el divino Krishna en sus brazos, y así igualmente la de Mylitta, o Istar, de Babilonia, con la especial corona de estrellas y su hijo Tammuz en las rodillas; Mercurio y Esculapio, Baco y Hércules, Perseo y los Dioscuros, Mithra y Zarathustra; todos ellos tuvieron nacimientos divinos y humanos.
El nacimiento de Mithra se celebraba con grandes regocijos en el Solsticio de Invierno, y Horus nacía también por entonces: "Su nacimiento es uno de los mayores misterios de la religión egipcia. Sus representaciones aparecían pintadas en los muros de los templos, era el hijo de la Divinidad. En la época de las pascuas, o sea en la correspondiente a esta festividad nuestra, su imagen se sacaba del santuario con ceremonias peculiares, lo mismo que la imagen del niño Bambino se saca y se exhibe todavía en Roma".
La relación del Solsticio de Invierno con Jesús es también, a todas luces, muy significativa. Todo cristiano sabe que el 25 de Diciembre es ahora el día designado para la festividad del nacimiento de Jesús El Cristo, pero pocos habrán de estar enterados que no siempre ha sido así. Dícese que se han tenido 136 fechas distintas asignadas a tal acontecimiento por las diversas sectas cristianas. La cuestión fue resuelta al fin por el papa Julio I en el año 337; y San Crisóstomo escribía en 390: "Este día (esto es, el 25 de Diciembre) también se fijó últimamente en Roma para el nacimiento de Cristo, con el propósito de que mientras los paganos estuviesen ocupados en sus ceremonias (las Brumalias en honor de Baco), pudiesen los cristianos celebrar tranquilamente sus ritos."
Entonces, los cristianos romanos, ignorantes de la verdadera fecha del nacimiento de Cristo, fijaron la solemne festividad el 25 de Diciembre, día de las Brumalias -como ya se dijo- en honor del dios Baco (dios del vino) o del Solsticio de Invierno, en el cual celebraban anualmente los paganos el nacimiento del Sol (por cierto, los masones siguen realizando un ritual con motivo de ese Solsticio y, particularmente, llevan a cabo solemnes brindis o libaciones). Entonces, tenemos que la antigua fiesta del 25 de Diciembre en honor del natalicio del "Uno Invencible", celebrada con grandes juegos en el Circo romano, fue en adelante transferida a la conmemoración del nacimiento de Cristo, cuya fecha precisa -confiesan muchos Padres de la Iglesia- era entonces desconocida. De todo lo cual resulta que la gran festividad del Solsticio de Invierno se venía celebrando desde tiempos antiguos y en países apartados para honrar la memoria del nacimiento de un Dios, a quien casi invariablemente se designa como un "Salvador", y a cuya madre se llama virgen pura.
Las notables semejanzas que se han señalado, no sólo en lo que respecta al nacimiento, sino también en lo que se refiere a la vida de estos dioses Salvadores, son demasiado numerosas para que se las considere como una mera coincidencia.
También vemos un mito relacionado con la personalidad histórica del Buda. Bien conocida es la narración corriente en la India sobre la vida de este personaje divino, donde la historia de su nacimiento se presenta en forma sencilla y humana; pero, en los relatos chinos, tenemos que nace de una virgen, Mayadevi, con lo cual el mito arcaico hace de él un nuevo Héroe.
Los pueblos celtas encendían hogueras en las colinas el 25 de Diciembre, que entre los montañeses de Irlanda y Escocia llevan todavía el nombre de Bheil o Baaltine: esto es, la denominación de su antigua deidad, Bel, Bal o Baal, el dios Sol, aunque ahora las enciendan en honor de Cristo.
En fin, lo bien pensado es que las fiestas de Navidad deberán ofrecer (por amor a Cristo y a la humanidad entera, tal y él mismo nos lo encomendó) nuevos motivos de santificación y de regocijo, al considerarlas como continuación de una antigua solemnidad celebrada en todo el mundo desde los tiempos más remotos. Sin olvidar que debemos, por lo tanto, amarnos los unos a los otros, porque quien: "Ama a su hermano permanece en la luz" (San Juan).
Ciertamente, las campanas anunciadoras de tal festividad suenan a través de toda la historia humana, puesto que su armonioso repique sale del fondo de las tinieblas de las edades más primitivas, a efecto de resonar en todo lugar de estos nuevos tiempos y, de ese modo, congregar eternamente a la humanidad en la virtud. Ya que si la muerte no es capaz de separar lo que une la virtud, en consecuencia, debemos "comer del pan y beber del vino de la fraternidad", porque sin duda alguna: el sello de la verdad se encuentra en la aceptación universal y no en la posesión del exclusivismo o en la necedad de suponer que se tiene el conocimiento absoluto por el mero hecho de osar o pretender imponer un credo sobre otros. Solamente hay una sola religión, y la misma consiste en prodigar amor a la humanidad, porque somos una sola familia provenientes de un mismo Padre o Dios, independientemente de como cada quien lo conciba.
Ojalá y que en esta Navidad y las que sean necesarias, durante los festejos del nacimiento de Cristo, del Divino Maestro, nos demos la oportunidad de meditar acerca de tan importante, trascendente y bien amado acontecimiento, no solamente para los cristianos (católicos, anglicanos, baptistas, mormones, testigos de Jehova, etc.), sino como un hecho universal que -como se ha pretendido dejar por asentado en esta columna- desde tiempos inmemoriales tiene una significación espiritual que a todos nos debiera de importar, pero que -lamentablemente- para muchos pasa desapercibida.
(Aportación de Eduardo Figueroa, adaptada por Marco A. Ugalde).

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