Prólogo a "INVOCACIONES" de Luis Montes De Oca:
Justo mi memoria se torna fiel… nítidas son las remembranzas de ese entonces. Evoco vívidamente la ruta del ayer.
Recuerdo mi infancia… la edad cuando acudí a la primaria. A una escuela pública, aquí, en la ciudad de Santiago de Querétaro. En los sesentas… no hace mucho. ¿Qué es el tiempo?
Cómo es que, de lunes a viernes, anduve de la casa de mis padres a la escuela y de ésta a aquélla.
Cómo es que, previo al inicio y luego del término de las clases, iba por esas calles estrechas y acogedoras, distintivas de esta capital provincial.
Cómo es que del mediodía al atardecer, porque no anochecía aun (ni todavía es de noche para mí), seguía la ruta que arde con el sol e incendia la cantera… para luego apagarse y enfriar la dicha piedra con el frescor del incipiente ocaso.
Cómo es que, por las tardes –porque han de saber que por azares del destino, ignoro si hubo otra razón, fui del turno vespertino– seguí el “caminito de la escuela” hoy pletórico de añoranzas. ¿Qué es la distancia?
Por cierto, esas rutas, cuán orgullosas me parecía que se sentían y seguirán sintiéndose de su trazo colonial y ¿por qué no? acaso henchidas de la experiencia que con el paso del tiempo fueron acumulando del andar mismo de los peatones.
Justo mi memoria se torna fiel… nítidas son las remembranzas de ese entonces. Evoco vívidamente la ruta del ayer.
Recuerdo mi infancia… la edad cuando acudí a la primaria. A una escuela pública, aquí, en la ciudad de Santiago de Querétaro. En los sesentas… no hace mucho. ¿Qué es el tiempo?
Cómo es que, de lunes a viernes, anduve de la casa de mis padres a la escuela y de ésta a aquélla.
Cómo es que, previo al inicio y luego del término de las clases, iba por esas calles estrechas y acogedoras, distintivas de esta capital provincial.
Cómo es que del mediodía al atardecer, porque no anochecía aun (ni todavía es de noche para mí), seguía la ruta que arde con el sol e incendia la cantera… para luego apagarse y enfriar la dicha piedra con el frescor del incipiente ocaso.
Cómo es que, por las tardes –porque han de saber que por azares del destino, ignoro si hubo otra razón, fui del turno vespertino– seguí el “caminito de la escuela” hoy pletórico de añoranzas. ¿Qué es la distancia?
Por cierto, esas rutas, cuán orgullosas me parecía que se sentían y seguirán sintiéndose de su trazo colonial y ¿por qué no? acaso henchidas de la experiencia que con el paso del tiempo fueron acumulando del andar mismo de los peatones.
Justo mi retentiva se vuelve leal… límpidos son los recuerdos de aquel tiempo. Rememoro, revivo, el trayecto de esos días. Permítanme seguirles contando…
Reparo en esas casas que atraían mi curiosidad. Casonas –me decía–, nada comparables con el nido de donde emprendía a diario el vuelo de mis anhelos infantiles en liga con las enseñanzas escolares.
Todas hermosas residencias. Unas muy bien vestidas, otras poco, del barroco… ese toque ornamentado que atrae por virtud de sus encantos. Pero todas, todas, con ese toque provincial, reminiscencia que aún subsiste para beneplácito de sus habitantes y de quienes no lo son.
Y, por supuesto, los templos católicos (bueno… no había de otros y, a la fecha, son los más). Siempre presentes en ese recorrido. De una enorme, misteriosa e inspiradora fascinación aún para mi edad…
Sus torres apuntando al cielo, obligándome a echar la cabeza hacia atrás, de manera que mis ojos pudieran apreciarlas mejor. Hoy diría: para acudir hacia lo que es alto.
Sus cúpulas que abrazaban –se me figuraba– las paredes del lugar con circunferenciados trazos, cual alegoría de todo regazo materno que mantiene en protección a su pequeño. Una mujer amamantando un niño.
Su repicar de campanas y el silencio que le sucede para su mejor escucha… ese anunciador tañido que impele a congregar armónicamente el corazón de los fieles en torno a su credo unánime.
De ida a clases, solamente los veía. Tenía prisa. De regreso ingresaba a ellos las veces que podía. No a todos el mismo día. Allí, en su interior, no sólo rezaba, también observaba. Mi mente retenía todo, mientras mi corazón se elevaba. Mi fe me impulsaba, mientras mi razón dormía.
Todas hermosas residencias. Unas muy bien vestidas, otras poco, del barroco… ese toque ornamentado que atrae por virtud de sus encantos. Pero todas, todas, con ese toque provincial, reminiscencia que aún subsiste para beneplácito de sus habitantes y de quienes no lo son.
Y, por supuesto, los templos católicos (bueno… no había de otros y, a la fecha, son los más). Siempre presentes en ese recorrido. De una enorme, misteriosa e inspiradora fascinación aún para mi edad…
Sus torres apuntando al cielo, obligándome a echar la cabeza hacia atrás, de manera que mis ojos pudieran apreciarlas mejor. Hoy diría: para acudir hacia lo que es alto.
Sus cúpulas que abrazaban –se me figuraba– las paredes del lugar con circunferenciados trazos, cual alegoría de todo regazo materno que mantiene en protección a su pequeño. Una mujer amamantando un niño.
Su repicar de campanas y el silencio que le sucede para su mejor escucha… ese anunciador tañido que impele a congregar armónicamente el corazón de los fieles en torno a su credo unánime.
De ida a clases, solamente los veía. Tenía prisa. De regreso ingresaba a ellos las veces que podía. No a todos el mismo día. Allí, en su interior, no sólo rezaba, también observaba. Mi mente retenía todo, mientras mi corazón se elevaba. Mi fe me impulsaba, mientras mi razón dormía.
Los templos –las iglesias, como también se les dice– indubitablemente son de una arquitectura digna de elogio. Empero, no me refiero sólo a lo físico… su construcción es, valga la redundancia, totalmente edificante, alentadora, virtuosa. Enigma, sabiduría, luz…
Gran enseñanza para quienes aspiran a lo trascendental. Fuente para templar espíritus. De allí acaso el nombre de templo.
Gran enseñanza para quienes aspiran a lo trascendental. Fuente para templar espíritus. De allí acaso el nombre de templo.
Justo mis recuerdos adquieren fidelidad… diáfana es mi memoria de aquella época. Reanimo claramente el camino de esos tiempos. Les sigo contando…
Hoy estimo –ayer de forma distinta, pero igual en esencia– que esas calles, esas fachadas, esos templos, traslucen una auténtica escuela del carácter. Es su arquitectura, por tanto, una límpida mostración de lo divino al alcance de lo humano.
Prueba es de constructores insignes. Conocedores del arte magno. Picapedreros, tallistas, que en toda su jerarquía de trabajo supieron perpetuar su obra, no para beneplácito de ellos mismos, sino de los hombres –sus hermanos– y, más todavía, en el Nombre y para gloria del Altísimo.
Es alegórica de toda esperanza. Se asemeja al hombre mismo, luego de haberse cincelado de piedra en bruto en fina obra de arte. Es de cantera en bruto a joya preciosa. Celoso guardián de la enseñanza divina. Atesora símbolos universales. Su significación espiritual a todos nos abarca de modo consciente o no.
Quien tenga ojos para ver… que vea. Quien tenga oídos para oír… que oiga, mejor todavía, que lea y se regocije con este poema edificante, labrado en cantera. Porque, de verdad, allí estuvieron esos arquitectos y muchas de sus huellas dejaron en mí.
Justo mi memoria se torna fiel… nítidas son las remembranzas de ese entonces. Evoco vívidamente la ruta de esos ayeres.
Ese pasado que asume una presencia actual, sin rogativas, libremente… gracias a la óptica de Luis. Sus ojos, maridados con la lente de la cámara fotográfica que a diario porta, han captado mis recuerdos de manera puntual y transparente.
Hoy estimo –ayer de forma distinta, pero igual en esencia– que esas calles, esas fachadas, esos templos, traslucen una auténtica escuela del carácter. Es su arquitectura, por tanto, una límpida mostración de lo divino al alcance de lo humano.
Prueba es de constructores insignes. Conocedores del arte magno. Picapedreros, tallistas, que en toda su jerarquía de trabajo supieron perpetuar su obra, no para beneplácito de ellos mismos, sino de los hombres –sus hermanos– y, más todavía, en el Nombre y para gloria del Altísimo.
Es alegórica de toda esperanza. Se asemeja al hombre mismo, luego de haberse cincelado de piedra en bruto en fina obra de arte. Es de cantera en bruto a joya preciosa. Celoso guardián de la enseñanza divina. Atesora símbolos universales. Su significación espiritual a todos nos abarca de modo consciente o no.
Quien tenga ojos para ver… que vea. Quien tenga oídos para oír… que oiga, mejor todavía, que lea y se regocije con este poema edificante, labrado en cantera. Porque, de verdad, allí estuvieron esos arquitectos y muchas de sus huellas dejaron en mí.
Justo mi memoria se torna fiel… nítidas son las remembranzas de ese entonces. Evoco vívidamente la ruta de esos ayeres.
Ese pasado que asume una presencia actual, sin rogativas, libremente… gracias a la óptica de Luis. Sus ojos, maridados con la lente de la cámara fotográfica que a diario porta, han captado mis recuerdos de manera puntual y transparente.
Los atardeceres queretanos… gloriosos y azulados cielos, unidos herméticamente a la fina piedra rosácea de sus templos, calles y fachadas…y para lo cual sólo cierro mis ojos a fin de volver a disfrutarlos sin profana descripción.
Otra vez mis ruegos infantiles en aquellos rezos vespertinos, mis invocaciones o súplicas al Todopoderoso las veo hoy reflejadas en las imágenes captadas fotográficamente… y cierto es que parecieran más robustecidas que otrora.
Sí, ayer como hoy, por virtud de la piedra pulida, la madera tallada y los ornamentos e iconografía sagrada, acopiadas por el fraternal camarógrafo, reportero, narrador, poeta... lo mismo que por sus referencias o alusiones contextuales, patentizan lo que allí ha estado… se perciben… se conciben…
Veo mi pasado y mi presente juntos. Veo a esos canteros, maestros constructores… Muchas huellas dejaron que de ellas aprehendí y me prendé, tanto que ahora comprensivamente brotan de mis recuerdos, hermanadas con lo captado magistralmente por Luis.
Es motivo de ello este trazado óptico de calles, fachadas y templos… al unísono de la interpretación invocadora y evocadora de esos signos perennes del arte real. El enlace de lo divino con lo humano. La genuina religión… ya los templos dedicados a un culto específico, mayoritario o no, ya donde resuena el martillo a la gloria del Gran Hacedor del Universo. ¿O es que hay diferencia de fondo que inmisericordemente potencialice las formas hasta erigirlas en lo absoluto?
Justo mis recuerdos se transforman en actualidad… están vivos… son fieles al tiempo que no transcurre. Una vereda de eternos retornos. Hasta aquí mis propias evocaciones.
Así que, bien por las Invocaciones que me honro prologar. Ojalá cunda el ejemplo y nos atrevamos a ver, a pensar, a decir, a plasmar lo que las prisas de la galopante actualidad nos impiden observar, sentir, gozar… sobre todo para preservar con otro estilo más los vestigios de quienes nos antecedieron, no sea que el oscurantismo o la indolencia puedan ultrajarlos.
No dudo, amigos míos, en hablar a favor del encomiable esfuerzo de Luis por desvelar los misterios, tan augustos como tan inaccesibles, que subyacen en nuestra loable arquitectura citadina.
Esa percepción cotidiana de nuestros andares a lo intelectivo que pudiera dársenos a la luz de la observación y la predisposición anímica…y que habiendo captado un aparato óptico ¿por qué dudar que está al alcance de las mentes… de los corazones?
Bien por las Invocaciones de Luis. Por el brillo de las formas y el resurgimiento de los símbolos luego del flash de su cámara. Bien porque todo ello me permitió recordar mi infancia y –ciertamente les digo– retornó mis pasos por esas calles, casas y templos que, más allá de toda jactancia, fueron y siguen siendo parte de mi ser.
Ojalá y en todo esto vean lo que yo veo, al igual que lo hizo Luis: un verdadero poema de albañilería, un magistral tallado en cantera rosa cobijado por la bóveda celeste de nuestro levítico y, ¿por qué no? misterioso y simbólico Santiago de Querétaro de ayer, de hoy, de siempre...
Justo mi memoria se torna fiel… nítidas son las remembranzas de ese entonces. Evoco vívidamente la ruta del ayer.
Otra vez mis ruegos infantiles en aquellos rezos vespertinos, mis invocaciones o súplicas al Todopoderoso las veo hoy reflejadas en las imágenes captadas fotográficamente… y cierto es que parecieran más robustecidas que otrora.
Sí, ayer como hoy, por virtud de la piedra pulida, la madera tallada y los ornamentos e iconografía sagrada, acopiadas por el fraternal camarógrafo, reportero, narrador, poeta... lo mismo que por sus referencias o alusiones contextuales, patentizan lo que allí ha estado… se perciben… se conciben…
Veo mi pasado y mi presente juntos. Veo a esos canteros, maestros constructores… Muchas huellas dejaron que de ellas aprehendí y me prendé, tanto que ahora comprensivamente brotan de mis recuerdos, hermanadas con lo captado magistralmente por Luis.
Es motivo de ello este trazado óptico de calles, fachadas y templos… al unísono de la interpretación invocadora y evocadora de esos signos perennes del arte real. El enlace de lo divino con lo humano. La genuina religión… ya los templos dedicados a un culto específico, mayoritario o no, ya donde resuena el martillo a la gloria del Gran Hacedor del Universo. ¿O es que hay diferencia de fondo que inmisericordemente potencialice las formas hasta erigirlas en lo absoluto?
Justo mis recuerdos se transforman en actualidad… están vivos… son fieles al tiempo que no transcurre. Una vereda de eternos retornos. Hasta aquí mis propias evocaciones.
Así que, bien por las Invocaciones que me honro prologar. Ojalá cunda el ejemplo y nos atrevamos a ver, a pensar, a decir, a plasmar lo que las prisas de la galopante actualidad nos impiden observar, sentir, gozar… sobre todo para preservar con otro estilo más los vestigios de quienes nos antecedieron, no sea que el oscurantismo o la indolencia puedan ultrajarlos.
No dudo, amigos míos, en hablar a favor del encomiable esfuerzo de Luis por desvelar los misterios, tan augustos como tan inaccesibles, que subyacen en nuestra loable arquitectura citadina.
Esa percepción cotidiana de nuestros andares a lo intelectivo que pudiera dársenos a la luz de la observación y la predisposición anímica…y que habiendo captado un aparato óptico ¿por qué dudar que está al alcance de las mentes… de los corazones?
Bien por las Invocaciones de Luis. Por el brillo de las formas y el resurgimiento de los símbolos luego del flash de su cámara. Bien porque todo ello me permitió recordar mi infancia y –ciertamente les digo– retornó mis pasos por esas calles, casas y templos que, más allá de toda jactancia, fueron y siguen siendo parte de mi ser.
Ojalá y en todo esto vean lo que yo veo, al igual que lo hizo Luis: un verdadero poema de albañilería, un magistral tallado en cantera rosa cobijado por la bóveda celeste de nuestro levítico y, ¿por qué no? misterioso y simbólico Santiago de Querétaro de ayer, de hoy, de siempre...
Justo mi memoria se torna fiel… nítidas son las remembranzas de ese entonces. Evoco vívidamente la ruta del ayer.
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Lo transcrito fue elaborado por quien suscribe con motivo del interesante libro del periodista Luis Montes De Oca, intitulado "Invocaciones" y en donde (como ya se ha dicho) testimonia o desvela los misterios, tan augustos como inaccesibles, que subyacen en nuestra loable arquitectura citadina. Igualmente mi estimado Luis nos menciona con acierto que la ciudad es un poema labrado en cantera rosa y, por ende, nos exhorta a conservar tan preciado legado de quienes la trazaron y construyeron: picapedreros, hombres libres y de buenas costumbres.
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