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domingo, 21 de agosto de 2011

REFLEXIONES EN TORNO A LA LIBERTAD

En esta ocasión me permitiré perorar acerca de la libertad y, sobre todo, del apoyo que se deben los hombres entre sí para conquistarla. Nada puede hacer genuinamente el hombre en provecho propio, ni en el de sus semejantes, si no disfruta del precioso don de la libertad; aunado al hecho de que para conquistarla necesita de la virtud, el valor y la audacia. Podríamos ejemplificar esto último con el siguiente cuento: en su huida ciertos cautivos cargados de cadenas se ven obligados a subir hacia la cima de una montaña, y éstos no pueden efectuar el ascenso hasta que uno de ellos asume el liderazgo que la ocasión exige, rompe sus cadenas y hace que todos lo imiten y, por ende, recobren su libertad. La enseñanza aquí estriba en que: los cautivos logran alcanzar su ideal de libertad, simbolizado por la montaña, gracias al verdadero líder que los motiva y hace reaccionar con base en los tres atributos señalados con antelación.
Quizá sea cierto lo que acuda a nuestras mentes en estos momentos, en el sentido de que tal referencia es eminentemente política, pues su lectura nos diría que se nos conmina a enfrentar las amenazas constantes de la tiranía e intolerancia y, en consecuencia, romper las trabas del despotismo en todas sus manifestaciones. Sin embargo, es de advertirse que también cabría el calificativo de cortedad de ideas, si ese concepto de lo político se reduce a meras tendencias ideológicas sectoriales o plataformas partidistas de ascenso al poder temporal. No, en este caso el concepto de lo política resulta menester ampliarlo o elevarlo por encima de significaciones mundanas o corrientes.
"Profanamente" hablando, debe la política entenderse indubitablemente como el arte de servir a los demás y no servirse de ellos, con un sentir de igual entre iguales. De esta forma, todo individuo será libre y soberano; garantes todos y cada uno de la asociación a la cual nos debemos, como igualmente de nuestra propia persona; corresponsables, tanto del bien público como del privado; ostentadores del poder que deviene de la autoridad, del conocimiento y de la humildad, y no detentadores de aquél, derivado de la ignorancia, la hipocresía y la ambición.
Por supuesto que no hay tarea fácil. Es indiscutible que hacen falta guías honestos, maestros virtuosos, buscadores sinceros de la verdad, incuestionables sabios, hábiles estadistas, infatigables humanistas… simplemente, quienes desinteresadamente contribuyan a la liberación y la superación del género humano, de sus discípulos, de los gobernados, de sus semejantes... en concordancia al apoyo que se deben los hombres unos a otros, proporcionándoles la confianza y la seguridad impostergables en toda auténtica civilización, poniendo para ello en sus manos el antídoto que habrá de salvaguardarlos contra la ilusión y la mentira, la falacia y la superstición, la ignominia y la perdición.
La verdadera libertad, a mi parecer uno de los más caros anhelos de la humanidad, se traduce en la auténtica educación del pueblo, de mi pueblo, esto es: nuestro propio yo (interno), en donde radica la esencial soberanía; pero –se insiste– una educación sin falacias ni discursos laberínticos que algunos “listos” o quasi ilustrados llegan a utilizar para embaucar a los ingenuos o incluso ambiciosos para seguir manteniendo a los más con la venda en los ojos. En efecto, la genuina educación debe despertar en el hombre las facultades indispensables para salvarle de la muerte intelectual o liberarlo de la esclavitud suma, precisamente con apoyo en la calidez y el paso firme hacia el conocimiento y la práctica de las virtudes, lanzando una mirada compasiva al rezagado o humillado y de desprecio a los déspotas e infames explotadores de sus hermanos, luchando cotidianamente para reivindicarse al igual que a sus semejantes, dado el apoyo mutuo que se deben los hombres, a efecto de conquistar la libertad y conservarla celosamente.

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